viernes, 3 de mayo de 2024

Entrevista capotiana a Adolfo Crespo

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Adolfo Crespo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Rilke decía que en la infancia está todo. Yo viviría en la casa de la sierra de Aracena de la familia de mi madre, cuando tenía alrededor de diez años. Las campanas del Ángelus sonando en el convento de al lado, la familia desperdigada por las habitaciones, la candela con castañas, y mi tío Pepe hablando de Cervantes, Manuel Machado, o Juan Ramón.

¿Prefiere los animales a la gente? Mi animal preferido es el humano, pero supongo que estoy sesgado.

¿Es usted cruel? No más de lo necesario con el mundo, por supervivencia, como la naturaleza. Pero sí conmigo mismo.

¿Tiene muchos amigos? Conozco a mucha gente, pero amigos tengo cada día menos, y son los de siempre.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Una amistad, al igual que una relación de pareja, se fundamenta en el respeto y la admiración. Aquello que se admira es diferente en cada amigo. Ser querido y respetado por alguien a quien se admira, cuando este conoce nuestras bondades y miserias, fundamenta una amistad.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Al contrario, los admiro profundamente.

¿Es usted una persona sincera? Sí, más por incapacidad de ocultar o por sentido de justicia, que por vocación de verdad en muchos casos.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? El tiempo libre es mentira. La vocación y la dedicación no tienen vacaciones, si acaso, es necesario descansar, pero eso es necesidad.

¿Qué le da más miedo? Dejar de leer, perder la vocación, no tener criterio, volverme completamente loco…

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La falta de bondad, el desprecio a la naturaleza, el hombre imponiendo su voluntad a la realidad.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Probablemente sería ingeniero.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Hago ejercicio y juego al tenis cuando puedo. Lo primero por necesidad, lo segundo por elección.

¿Sabe cocinar? Cuando uno vive tantos años solo aprende, por no ser rehén de los precocinados, luego pasa a ser un refugio y un placer.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Luis Rosales.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Encarnación.

¿Y la más peligrosa? Libertad.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? A algún insecto, pero en defensa propia.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Creo en la democracia de los muertos.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Realmente no sabemos qué es ser otra cosa, así que el cambio podría ser a peor. Pero elijo a cualquier hombre naturalmente paciente.

¿Cuáles son sus vicios principales?  Ya dijo Cervantes que casi todos los que escriben pecan de vanidad: «no hay poeta que no sea arrogante y piense de sí que es el mayor poeta del mundo». Acercarse a una página en blanco y creer que las ideas, emociones, o desvelos de uno merecen ser contados, implica en mayor o menor medida vanidad, pero debe ser necesidad.

¿Y sus virtudes? La constancia y la exigencia.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Que DiCaprio cabía en el trozo de madera en el que sobrevive Kate Winslet en Titanic, y que yo no tengo ese trozo, morir ahogado es de ser poco previsor.

T. M.

jueves, 2 de mayo de 2024

La historia condensada en una gota de perfume

Hace pocos años surgió un estudio bien llamativo que nos invitaba a conocer la historia de una forma distinta: “Odorama. Historia cultural del olor” (Taurus, 2021), de Federiko Kukso. Cuando este libro vio la luz en español, ya habían han pasado más de treinta y cinco años desde que viera la luz un libro que se convirtió en un superventas tremendo, “El perfume”, de Patrick Süskind, sobre un huérfano que, en la Francia del siglo XVIII, mataba vírgenes en busca de coleccionar su esencia aromática, todo producto del trauma de no despedir ningún olor y por ello temer la presencia de algún demonio en su interior. A la vez, el personaje poseía un olfato prodigioso que le permitía percibir todos los olores del mundo, y se convertía en un reputado y creativo perfumista, cometiendo esos crímenes en pos de lograr determinados fluidos corporales para licuar sus olores íntimos.

Con este precedente, no extrañó que uno de los epígrafes de “Odorama” perteneciera a este narrador alemán. Con Kukso veíamos cómo en tiempos inmemoriales se buscó aplacar la ira de los dioses a través de la quema de resinas fragantes, y además, la compraventa de sustancias aromáticas «ha erigido y hecho colapsar imperios». Y ante ello podría asentir tanto Javier Traité y Consuelo Sanz de Bremond, que publicaron el pasado noviembre “El olor de la Edad Media. Salud e higiene en la Europa medieval” (Ático de los Libros) como el Karl Schlögel (Allgäu, 1948) del que nos llega “El aroma de los imperios. Chanel n.º 5 Moscú Rojo” (traducción de Francisco Uzcanga Meinecke).

“Al comienzo había un aroma que flotaba en el aire siempre que en la Unión Soviética se celebraba algo; podía ser en el conservatorio de Moscú, en el teatro Bolshói, en una fiesta de graduación académica o en una boda”, dice el autor hacia el comienzo. Ese recuerdo lo movió a realizar una serie de pesquisas que le hicieron descubrir que dicho aroma provenía de un perfume llamado Moscú Rojo, del que apenas se sabe nada. En contraste, tendríamos la historia, llena de glamur, del celebérrimo Chanel nº 5. Y entonces llegó al meollo de la cuestión que dio origen al presente libro: “Se ha demostrado que ambos proceden de una fórmula originaria común, elaborada por perfumistas franceses en la época del Imperio ruso.

Dos perfumistas franceses

Por un lado, está Ernest Beaux, que Revolución y la Guerra Civil rusas volvió a su país, donde conoció a Coco Chanel; por el otro, Auguste Michel, decidió permanecer en Rusia y fue clave para la industria perfumera soviética, hasta el punto de crear Moscú Rojo. Ambas fragancias, en palabras de Schlögel, simbolizarían el seductor aroma del poder. Lo dice al respecto de cómo Coco Chanel se dejó querer por las fuerzas de ocupación alemanas, pero también por otras mujeres a las que el investigador siguió la pista, a lo que se suma un pintor. Y es que detrás del anónimo creador del frasquito de “eau de toilette” más vendido de la URSS estaba Kazimir Malévich, el artista ucraniano de origen polaco​​​​​​​ y fundador del movimiento vanguardista del suprematismo.

Así las cosas, “El aroma de los imperios” constituye una lectura llena de hallazgos sorprendentes después de que Schlögel, asombrado él mismo de lo que encontraba, al entrar en bazares de ciudades rusas, diera con frascos y carteles publicitarios de la época presoviética, y también en la parisina calle Cambon 31 donde Coco Chanel presentaba sus colecciones. La conclusión apareció meridiana, entonces: “Aprendí que, para analizar la sociedad, el estudio del lujo puede ser tan interesante como el de la historia cotidiana de la gente corriente”. En resumidas cuentas, como asentiría a su vez Kukso, “toda época tiene su propio aroma, su fragancia, su olor”, de tal modo que las revoluciones o las guerras civiles también son acontecimientos olfativos.

En 1920, Coco Chanel visita a Beaux en su laboratorio de Cannes, seguramente a través del miembro de la familia de los zares Dmitri Pávlovich Románov, amante de la experta en moda en aquellas fechas, y que vivía en Francia desde su destierro. Pues bien, en 1913, con motivo del tricentenario de la dinastía de los Románov, había creado para Catalina II el perfume Bouquet Préféré de l’Impératrice; sin embargo, dice el profesor de Historia de Europa del Este en la Universidad Europea de Viadrina (Frankfurt del Oder) que, en 1914, “en medio de la guerra contra los alemanes, no resultaba oportuno ofrecer a las clientas rusas un perfume que homenajeaba a una zarina originaria de la casa [dinastía de gobernantes alemanes] Anhalt-Zerbst. Luego llevó a Francia la fórmula del Bouquet e intentó adaptarla al gusto francés. De la serie de diez pruebas, Coco Chanel escogió la número cinco, que originaría después la marca Chanel nº 5”.

Las gotas de Marilyn

Schlögel, muy bien documentado a partir de las innumerables biografías de Coco, describe ese momento histórico para el célebre perfume, con singulares anécdotas en torno a cómo se fabricó la fragancia que, según la propia Chanel, era en sí misma «un perfume como ningún otro. Un perfume de mujer. Con olor a mujer». El propio Beaux, en una conferencia, evocó en su momento cómo, al estar movilizado en los países del norte de Europa, más allá del círculo polar, “en la época en la que brilla el sol de medianoche y los lagos y los ríos resplandecen con un frescor especial”, se le quedó grabado ese olor característico en la mente que después trató de meter en un frasco. El mismo que hizo decir a Marilyn Monroe que, para dormir, sólo se ponía unas gotas de Chanel nº 5.

Por supuesto, todo este ambiente de sofisticación y finura converge con la crudeza de unos años bélicos en que los soviéticos expropian empresas y los artículos de aseo forman parte de los trueques que se practicaban para conseguir comida. Menos se sabe, asimismo, de Michel, al que por causas no muy claras el Estado soviético silenció durante un tiempo y retiró su pasaporte para retenerlo en el país. El contraste, por otra parte, entre los dos perfumes, es ostensibles: si Chanel nº 5 ocupa un lugar de honor en el Museum of Modern Art de Nueva York, dice el autor, el frasco de Moscú Rojo no consiguió su estatus de prestigio hasta los últimos años de la Unión Soviética, cuando acabó por convertirse en objeto de deseo de coleccionistas y amantes de lo “vintage”.

Además de todas estas mini historias que explican la gran historia de un país, Schlögel recurre a escritores o filósofos para hablar del olor: Nietzsche, Proust, Schopenhauer, Kant… En definitiva, estamos ante una excusa aromática para penetrar en la materia de investigación en que este estudioso se ha hecho colosal. Hace ahora diez años, Acantilado publicaba su “Terror y utopía. Moscú en 1937”, en que se vieron de cerca los intríngulis del Estado soviético a la hora de hacer de la capital una gran metrópoli, acompañándose de lo que se vendió como una “Nueva Política Económica”, al tiempo que su ciudadanía era controlada, amenazada y castigada con mano de hierro con excusas falsas. Todo un hito bibliográfico, pues el libro era tremendo tanto por su dimensión histórica como siniestro y esclarecedor ante las atrocidades estalinistas.

Publicado en La Razón (pág. 36), 13-IV-2024

miércoles, 1 de mayo de 2024

Entrevista capotiana a Ana María Ramos

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ana María Ramos.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Cerraría los ojos. Allá dentro cambia el paisaje constantemente. Mi ánimo sería libre del entorno. El entorno dependería de mí, serviría de marco al animal mutante que soy. Podría volar, por ejemplo. Subir río arriba con aletas de salmón. Regenerarme como un ajolote. O estarme quieto y que me nazcan flores. La imaginación es tremendamente reconfortante. Pero si me hablas de un lugar fuera de ese universo íntimo, elegiría México. Volvería a México. Creo que en otra vida fui de allá. De Xochimilco, para ser exacto. Antes de conocer su laberinto de agua pensaba que había sido en Venecia. Pero ahora estoy absolutamente convencido de que fue en Xochimilco que disfruté profundamente estar vivo por primera vez.  Allí todo me resulta familiar. Como casa materna.

¿Prefiere los animales a la gente? No. Soy un guerrero. En su mayoría, los animales tienen pocas necesidades. Si no los invades, o los molestas, te ignoran. Son tiernos o indiferentes. Solo atacan por necesidad, para defenderse o para comer. La gente es todo un reto. Al hombre lo anima su intelecto, y no existe nada menos previsible ni más entretenido. No existe nada más peligroso y apasionante que lo inesperado.

¿Es usted cruel? Sí. Con los que amo. No soporto que se equivoquen en su contra, ni en la mía. Así que no edulcoro los regaños. Al pan, pan. Y al vino, vino. Y conmigo mismo. Soy mi eterno preterido en el plano emocional. Puedo hacer sacrificios enormes para que otros se sientan a gusto, excepto en el sexo.  En lides horizontales se me escapa otro yo. Ese apetece masticar, tragar, deglutir. Soy un poseedor irrevocable. Y eso es cruel.

¿Tiene muchos amigos? Muertos y artistas. A estos les perdono casi todo. Los otros, siempre a prueba, hasta que se demuestre lo contrario.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que sean inteligentes en primer lugar. Luego, que sean buenas personas. Y, en tercer lugar, que se sean leales a sí mismos. En ese orden. Una persona puede ser brillante, pero si no es buena, puede convertirse en un genio del mal. Si alguien es inteligente y bueno, pero no se es leal a sí mismo, puede traicionar a cualquiera. Pero si cumple estos tres requisitos, puedes confiar en él.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No pueden. Ya te dije. Son inteligentes, buenos y leales consigo mismos. Están incapacitados para decepcionarme.

¿Es usted una persona sincera? La sinceridad es habitualmente aburrida, triste o peligrosa. Lo soy cuando no canso, cuando no hiero o cuando no pueden herirme con ella. Con mis amigos de verdad siempre lo soy. Como todos están muertos o son artistas, no puedo hacerles daño alguno. Los muertos no se enteran. Los artistas no se cansan de buscar verdades alternativas, la tristeza los inspira, y el peligro que puede esperarse de ellos es que cambien el mundo. Hablo de los verdaderos artistas. Sí, soy esencialmente sincero.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Prefiero tenerlo. Soy un esclavo del tiempo. Tengo tantas cosas por hacer que me duelen los segundos en la carne del alma. Otra cosa sería preguntar qué amo hacer con el tiempo. Amo amar. Es el ejercicio que nos hace humanos. Escribir. Exorcismo necesario. Ver series y películas que me saquen de mi realidad. Son viajes que no me cuestan nada, a otras vidas, a otras diégesis, ficticias o reales, pero posibles. Me seduce lo posible.

¿Qué le da más miedo? El tiempo, precisamente. Su autonomía ontológica. Su ubicuidad vs su inasibilidad. Su carácter irreversible. Nunca vuelve. Ya sé que es una convención y puede que no exista. Considerándolo así debiera cambiar mi respuesta. Diría entonces que lo más temible es el transcurrir impetuoso de mi existencia conciente. ¡Estoy seguro de que va tan aprisa! Pero si se refiere a cosas más tangibles… la cárcel, la ceguera, la sordera, la incapacidad de imaginar. En resumen, la ausencia de la otredad. O la incapacidad de entrar en contacto con ella.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Lo ordinario. No lo cotidiano, sino lo ordinario. La gente que vive para comer, follar y defecar. Los puro-cuerpo. Me escandalizan las vidas que se malgastan sin el más mínimo sentido de lo poético como la realidad más trascendente. Me paso la vida escandalizado, te lo juro.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Habría llevado una vida creativa, otra vez, de alguna manera. No es electivo. Aunque fuese cocinero, piloto o portero de un bar. Es inherente a mi esencia, no a mi oficio. Creo que todo es perfectible. Soy curiosísimo. Me asfixiaría la égida de una sola verdad. Aquel que propone verdades nuevas es un creativo. Y aunque a veces las nuevas verdades me atemorizan y las rechazo, no puedo negarme a la fascinación que me causa hurgar en ellas, fabricarlas y compartirlas.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Pienso. Es agotador.

¿Sabe cocinar? El proceso de la cocción es demasiado largo para disfrute tan breve. Cocino en el papel o en word. A todo le doy candela y le pongo sazón. ¡Y sepa que me gusta comer! Es uno de los grandes placeres. Escribir, que es otra manera de preparar alimentos —para el espíritu—, es más engorroso aún. Pero ese acto culinario es tan involuntario como sudar. No es que me guste o que sepa hacerlo, es que no tengo más remedio.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Al binomio Dr. Henry Jekyll / Sr. Edward Hyde. Me le parezco. Stevenson dibuja la dualidad humana con genialidad. Asumo la alternancia de mis yoes. Aunque no vivo en la época victoriana, donde el hombre se debatía entre las tradiciones y el desarrollo tecnológico incipiente, creo que hasta mi marco contextual tiene puntos de contacto con el del libro. Seguimos cuestionándonos ideales y siendo pesimistas. Nos sigue aterrorizando el homudeus. Clonación, inteligencia artificial... En buen cubano, el mismo perro con diferente collar. La ambientación de hoy es similar a la de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. He buscado siempre mi identidad. Suelen definirse las cosas comparándolas con su contrario. Para alguien transexual, eso está difícil. Recomiendo ver la película de Roben Mamoulian, de 1931. Hay un fotograma genial donde una cosa es el hombre y otra su sombra.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Humanidad.

¿Y la más peligrosa? Paz. En su nombre se han desatado terribles contiendas a niveles de individuo y sociedad.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No. Me ha bastado ignorarlos.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Apuesto siempre por la palabra. Es el poder más revolucionario, innovador y humano.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? No puedo ser otra cosa que lo que soy. Tendría que vivir otra vida. Y después de hacerlo a lo mejor si me preguntaras esto mismo, respondería otra cosa distinta a lo que respondería hoy. Pero si crean una AI donde pueda construirme un avatar, echarme a un catre y vivenciar sus experiencias, me gustaría ser pansexual. En ese particular tengo limitantes. Solo me atraen las mujeres. Me estoy perdiendo algo, indudablemente.

¿Cuáles son sus vicios principales? Reconstruirme todos los días. Salvarme de mí mismo. Tomar café, fumar y escribir.

¿Y sus virtudes? Saltar a los abismos. Nada me gusta más que mi poca prudencia.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? La imagen de mi abuelo paterno. Una vez me pasó en realidad, porque se me viró el velero. Le pedí auxilio. Se paró en la punta del muelle, se puso la mano a modo de bocina y me gritó: Nada, niña. Nadie va ir a salvarte. Si no nadas, te ahogas.

T. M.

martes, 30 de abril de 2024

Intelectuales en los juicios de Núremberg

Lara Feigel, que ha investigado la realidad alemana en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, dice en su libro “El amargo sabor de la victoria” que llegar allí era encontrarse con un apocalipsis: «Berlín, Múnich, Colonia, Fráncfort, Dresde…, los viejos nombres no tenían nada que ver con los escombros que ahora se extendían a lo largo de kilómetros y kilómetros, sembrados de cadáveres». Cómo no tener miedo de pisar un territorio como ese, en el que tantísima gente había perdido a todos sus seres queridos en las masacres de las diferentes ciudades o en campos de exterminio. Según una estadística, la quinta parte de los edificios de todo el país al acabar la guerra estaban derrumbados.

De este caos absoluto fueron testigos, a partir de la primavera de 1945 —los campos de concentración fueron liberados en abril—, Ernest Hemingway y Martha Gellhorn, además de la fotógrafa Lee Miller, relacionada con el círculo de Picasso en París, o el británico George Orwell, todos «patrocinados por gobiernos que habían previsto que los periodistas formasen parte del esfuerzo de guerra y querían que informaran sobre el poder de sus fuerzas y la brutalidad del enemigo», proseguía Feigel. A estas insignes figuras de la cultura de renombre internacional se les sumarían actores y cantantes, como Marlene Dietrich, con el objetivo de servir de entretenimiento para las tropas; pero también directores de cine, muy señaladamente Billy Wilder, que había vivido en Berlín hasta 1933.

La idea de semejante incorporación de literatos e intérpretes a tierras germanas destruidas era que los ocupantes ayudarían no sólo a reconstruir económica y políticamente Alemania, sino también culturalmente. De entre ellos, destacaron escritores que ya conocían la nación y la lengua, como por ejemplo W. H. Auden, enviado por el gobierno norteamericano, o su amigo Stephen Spender, al que el gobierno británico había encargado que visitara las universidades alemanas». Otros intelectuales colaboraron en toda esta mirada hacia la Alemania destruida, como Klaus y Erika Mann (miembro oficial de las fuerzas armadas de Estados Unidos), que pisaron suelo germano con pasaporte americano; el autor teatral alemán, también exiliado, Carl Zuckmayer, y más escritores: Rebecca West, John Dos Passos, Evelyn Waugh… 

El castillo de los lápices

Todos estos autores participaron de una u otra forma en la reconstrucción cultural, desde 1944 a 1949, influyendo en la opinión pública acerca de un país devastado que se tenía que reconstruir de muy diferentes modos. Así las cosas, en Postdam los Aliados llevaron a cabo un acuerdo para preparar a los alemanes “para la futura reconstrucción de su vida sobre una base democrática y pacífica”. Se trataba de abordar la llamada desnazificación. Pero cómo vivir, por otra parte, siendo un superviviente cuando algunos de los ejecutores de tamaño sufrimiento habían huido a América, si bien psicópatas como Rudolf Hess fue arrestado por las tropas británicas en 1946 y juzgado y condenado a cadena perpetua por el Tribunal Nacional Supremo de Polonia por ser el lugarteniente del Führer, el comandante del campo de concentración de Auschwitz y responsable de la muerte de tres millones de personas.

En su libro, publicado en 1963, “K. L. Reich”, Joaquim Amat-Piniella colocaba una cita de Goethe que decía «¡Ay del asesino!», y acto seguido el escritor catalán indicaba que hasta la caída del III Reich alemán no se pusieron de manifiesto las barbaridades cometidas por el nazismo. «Fue entonces cuando las informaciones, los documentos hallados, las estadísticas, la fotografía y el cine, los procesos de Belsen, Dachau y Núremberg, y el testimonio de los que, habién­dolas vivido, fuimos rescatados con vida, se vertieron en prueba irrefutable de aquel crimen monstruoso», señalaba. En suma, cuán luminoso fue el testimonio de tantos escritores en este terreno, y a profundizar en eso se ha dedicado Uwe Neumahr (Winnenden, 1972), doctor en Filología Románica y Alemana, y autor de una biografía de Cervantes.

En “El castillo de los escritores. Cuando la literatura universal se encontró con la historia (Núremberg, 1946)” (traducción de Miguel Alberti), este investigador nos abre las puertas no sólo a los juicios de Núremberg de 1946-1949, sino al Castillo de Faber donde se alojaron algunos célebres escritores y periodistas. El nombre de dicho castillo remite a la familia propietaria de la marca de lápices Faber-Castell, y allí en efecto coincidieron literatos como Erich Kästner, Erika Mann, John Dos Passos, Martha Gellhorn, Augusto Roa Bastos, Victoria Ocampo o Xiao Qian. La función de estos era informar al mundo, atentos al comportamiento de los criminales que tenían que comparecer ante el tribunal.

Un press camp internacional

De esta manera, Neumahr enseña un lugar de trabajo pero también con momentos de ocio (bar, sala de juegos, cine) en lo que fueron unos momentos que, como no podía ser de otra manera, supusieron un punto de inflexión en la vida y obra de todos esos escritores, tal era de impactante todo lo relacionado con aquellos juicios. En torno a estos, cobra una singular importancia un autor muy poco conocido para nosotros, Xiao Qian (1910-1999), que había cruzado el Rin con el ejército británico, durante la Segunda Guerra Mundial, en 1945, en calidad de corresponsal de guerra chino. En una de sus crónicas, dijo: «Hoy Núremberg es el centro de atención de todo el mundo porque aquí se están llevando a cabo los juicios de veintitrés de los principales criminales del régimen nazi. [...] Es un gran acontecimiento».

Dice Neumahr que todo aquello devino una “novedad jurídica”, la de un tribunal conducido por cuatro potencias vencedoras, y en efecto las cosas se dispusieron para que todo aquel profesional que acudiera a la ciudad alemana pudiera informar en buenas condiciones a su respectivo país de procedencia. Sin embargo, algo así no era nada fácil habida cuenta de la cantidad enorme de corresponsales de prensa, hasta que se dio con la solución: en la cercana localidad de Stein había un palacio confiscado a los fabricantes de artículos de librería Faber-Castell que “se transformó en un press camp internacional”; en él, se prepararon habitaciones con hasta diez camas “mientras que a unos pocos kilómetros de distancia, en los calabozos de Núremberg, hombres como Göring o Ribbentrop, como Streicher o Heß, esperaban las sentencias del tribunal militar internacional”.

El estudio es estupendo, pues aparte de contar cómo se desarrollaron los juicios a los asesinos nazis, ofrece la reconstrucción de todo un ambiente variopinto de grandes personalidades, todas de gran interés: “Personas que regresaban de la emigración interna o del exilio se encontraban con oficiales veteranos de guerra; combatientes de la resistencia, con supervivientes del Holocausto; comunistas, con representantes de grupos de medios de comunicación occidentales; corresponsales de primera línea, con extravagantes reporteros estrella”, refiere el autor. Todos ellos tenían un objetivo común: hallar respuestas a las preguntas de cómo había sido posible que hubieran surgido toda una pléyade de militares y políticos despiadados que iban a cambiar el curso de la historia de modo fulminante, y de qué manera el ámbito judicial podía encarar toda aquella desolación y destrucción. De aquellas sesiones, por cierto, queda la obra de Ray D’Addario, que tomó unas fotos legendarias del juicio y permaneció hasta 1949 en Núremberg, y que fue atendido, cuando celebró su boda en el castillo, por el encargado del servicio doméstico del mismísimo Hitler.

Publicado en La Razón, 6-IV-2024

lunes, 29 de abril de 2024

Entrevista capotiana a Mireia García Contreras

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Mireia García Contreras.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Mi casa, pero siempre y cuando se quedaran conmigo mis chicos, mi familia, mis perros y mis libros. Y si esa casa estuviera en el Pallars, pues mucho mejor.

¿Prefiere los animales a la gente? Prefiero mis perros a muchas personas. Prefiero cualquier animal a algunas personas. Y prefiero a algunas personas a todos los animales del mundo.

¿Es usted cruel? No me lo parece.

¿Tiene muchos amigos? No.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que sean buenas personas.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Los que conservo no me decepcionan, aunque quizás por eso conserve tan pocos.

¿Es usted una persona sincera? No siempre, la sinceridad mal gestionada puede herir a los demás.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leyendo, limpiando las hojas de mi limonero, durmiendo en el sofá, paseando, mirando en la TV series mediocres de policías, de médicos, de bomberos.

¿Qué le da más miedo? La decrepitud.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Que seamos capaces de ver a la hora de la cena cómo masacran a la población indefensa que vive a unos pocos miles de kilómetros de aquí, y sigamos sorbiendo la sopa tan ricamente.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Es algo que no puedo imaginar, la escritura forma parte de mi identidad desde que era una niña. No puedo imaginarme sin esa pulsión. Lo que sí puedo es imaginarme ganándome la vida con cualquier otro oficio. De hecho, es lo que he estado haciendo durante muchos años.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Ahora sí, desde hace algunas semanas: prescripción médica.

¿Sabe cocinar? No. Sé hervir alimentos, utilizar la sartén y el horno para elaborar platos simples, casi todos comestibles. Pero eso no es cocinar.  

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Juntaría a Jesucristo y a Faulkner, creo que se llevarían bien.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Empatía.

¿Y la más peligrosa? Codicia.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, que yo recuerde.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? De izquierdas.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Debo de ser muy simplona, porque, en este momento, no me gustaría ser ninguna otra cosa.

¿Cuáles son sus vicios principales? No tengo vicios.

¿Y sus virtudes? Alguna tendré, pero eso deberían decirlo los que mejor me conocen.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Prefiero no imaginarme en esa tesitura. Además, no creo que fuera capaz visualizar más que la falta de oxígeno en mis pulmones.

T. M.

domingo, 28 de abril de 2024

Un esclavista en la Edad Media islandesa

“Ha de ser traslúcida la alborada en Islandia”, supone Julio Cortázar un día de 1976 en Nairobi –poema “Ándele”, integrado en “Salvo el crepúsculo”–, y por medio de tal pasajera presunción aludimos al viejo enigma que representa esa isla próxima al polo y cuyo sol de medianoche, activo durante varios meses al año, sume a la vida en una vigilia constante. El misterio de Islandia es antiguo y épico, desconcertante y magnético: procede de los vikingos que, como representaron Uderzo y Goscinny en la aventura de Asterix “La gran travesía” (1975), tal vez fueron los primeros en cruzar el Atlántico y pisar las tierras de los indios, y llega hasta el día de hoy, pese a haber salido el país de su aislamiento e incomunicación.

Precisamente a causa de la lejanía, del escaso contacto con el exterior, el idioma islandés se ha mantenido inalterable durante siglos: ese latín del norte apenas ha cambiado en ochocientos años, así que el lenguaje usado por el historiador Snorri Stúrluson (1179-1241) en su “Edda Menor” es similar al de Steinn Steinarr (1908-1958), el iniciador de la poesía lírica e existencialista en Islandia, o al de la obra autobiográfica “La magia de mi niñez” (2004) de Gudbergur Bergsson –muerto el pasado septiembre tras vivir en España durante décadas; traductor del “Quijote” al islandés–. Invención y realismo se dan la mano en una tradición literaria asentada en la oralidad y unos mitos que aún sobreviven en forma de dioses paganos.

“Islandia ha enriquecido la literatura mundial con dos aportaciones principales, de una parte las sagas, historias antiguas de héroes en las que la realidad se mezcla con la ficción, y de otra la mitología escandinava, ya que no en vano fueron poetas islandeses quienes primero las pusieron por escrito”, afirma Aitor Yraola en su edición de La base atómica, la novela del premio Nobel islandés Halldór Laxness. Será a lo largo del siglo XIX cuando “la isla de hielo” vaya apareciendo en la literatura europea como aquella tierra de la que procedían seres excéntricos –la novela “Han de Islandia” (1823), de Victor Hugo, estaba protagonizada por un hombre diabólico–, como la plataforma donde ubicar sucesos extraordinarios –“Viaje al centro de la Tierra” (1864), de Jules Verne– o como el ambiente en el que se explicitaba el drama de las familias de pescadores –“Pescador en Islandia” (1886), de Pierre Loti. Islandia, con su fabuloso y lunático paisaje, atrae la mirada de los creadores, y hacia allí se dirigen en 1937 dos jóvenes poetas, W. H. Auden y Louis McNeice, que escribirán unas “Cartas de Islandia” con aspiraciones humorísticas, una especie de crónica de viajes donde se mezclaba la prosa informativa sobre el país con poemas epistolares. 

Poemas y volcanes

Faltaba poco para que, en medio de la Segunda Guerra Mundial, se produjera la ocupación pacífica del ejército de Estados Unidos; para que al fin, en 1944, Islandia dejara de ser colonia de Dinamarca y naciera su República. La nación se moderniza como ninguna otra, es pionera a la hora de tolerar todo tipo de libertades sociales y personales y, sin embargo, conserva intacta la belleza de su pasado de leyenda, tan atrayente para Jorge Luis Borges, que de niño descubrió la Saga de Volsung, abriéndose para él uno de los motivos literarios que más explotaría en toda su literatura.

La lista de referencias islandesas en el autor argentino es larguísima: en el cuento “Ulrica”, que tiene un epígrafe extraído de la “saga de Vólsung”; el cuento “Undr”, en el que el protagonista se refiere al dios Odín y a la “historia de mi diálogo con el islandés Ulf Sigurdarson”, que confiesa ser de la “estirpe de skalds”, es decir, de los escaldas o poetas cortesanos (el primero conocido es del siglo IX); Gram, la espada del dios Sigurd, en “La rosa profunda” (1975); un poema en “La moneda de hierro”, libro donde se leen los versos sobre Einar Tambarskelver, arquero de Noruega y combatiente en Islandia. Al fin, en “El otro, el mismo” (1964), dedicará un poema a Stúrluson: “En la noche de Islandia, la salobre / Borrasca mueve el mar”.

Toda esta fascinación literaria por Islandia se ve reflejada de continuo por la actualidad editorial, muy en especial por la editorial Nórdica, que hace escasas fechas publicaba "Atlas novelado de los volcanes de Islandia”, de Leonardo Piccione; se trataba de un gran libro ilustrado que, partiendo del hecho de que el país tiene treinta sistemas volcánicos activos diferentes, abordaba casi cincuenta historias vinculadas a las aventuras de los primeros colonizadores de la isla hasta hasta las misiones de la NASA en los cañones «lunares» de las tierras altas. Y a ello se suma otro título igualmente llamativo, “En busca del vikingo negro”, (traducción de Enrique Bernárdez), de Bergsveinn Birgisson (Reikiavik, 1971), poeta y novelista que ha residido largo tiempo en Oslo y que cursó un doctorado en Literatura Medieval Escandinava.

El inicio de la nación islandesa

En el libro el lector podrá viajar hasta Rogaland (Noruega), cuando en el año 846 nace Geirmundur Hjörsson, Piel Negra, el llamado vikingo Negro, apodo que procedía de su piel oscura y rasgos faciales mongoles. Un personaje este por completo olvidado, que no ha merecido aparecer en saga alguna pero que llegó a tener una gran influencia en su época. Todo parte de un amigo de la familia de Birgisson al que el autor trataba de niño y que idolatraba a Geirmundur, quien tenía un gran número de esclavos irlandeses. Estos, un día, intentaron escapar en una barca y llegaron a un islote en medio del mar, no consiguieron ir más allá. «Hoy en día, ese islote sigue llamándose “Escollo de los Irlandeses”. Si hubieran seguido adentrándose en el mar, no hay duda de que la pobre gente habría acabado en el polo norte», explica Birgisson al comienzo del texto.

Esa anécdota legendaria permaneció en la memoria del escritor y se puso a conjeturar qué habría pasado con aquellos hombres perdidos en el mar y cuál pudo ser la reacción de Geirmundur Piel Negra al percatarse de que habían desaparecido. Más adelante, en 1992, por una cuestión azarosa Birgisson reanuda la vida de este vikingo sobre el los eruditos medievales que escribieron la historia de la colonización de Islandia no tuvieron interés. ¿Sería aquella historia de su amigo un cuento que había sobrevivido cientos de años gracias a la tradición oral y, sobre todo, quién fue en realidad Piel Negra y para qué utilizaba a los esclavos en el último confín del mundo?

Las preguntas que se irá haciendo el investigador lo conducirán a intentar averiguar, por ejemplo, dónde conseguía esclavos irlandeses, y a separar la realidad de las invenciones literarias. Así, relata que Geirmundur tuvo diversas residencias en Islandia y sigue su huella en el océano Glacial Ártico. Lo llama “un gran y, en cierto grado, despiadado esclavista”. Lo sorprendente es que un tipo de semejante calaña es un lejano antepasado de Birgisson por línea paterna, de ahí que, para poner las cosas en contexto, aluda a Guðbrandur, su tataratataratatarabuelo, que murió en una ventisca en la landa de Tröllatunguheiði y al que encontraron meses más tarde. De tal forma que ahondar en el pasado familiar supone hablar de genealogías y fuentes escritas, de sagas y figuras históricas que se han convertido prácticamente en mitológicas.

“Geirmundur representa el comienzo de la nación islandesa –afirma Birgisson–. El comienzo de una nación que recogió recuerdos de los primeros que se establecieron en el país, una nación que ordenó fragmentos y los puso por escrito, lo que explica la paradoja de que sepamos más sobre muchos de los primeros personajes de la historia de Islandia que de quienes están más cerca de nosotros en el tiempo.” El recuerdo de los colonizadores implica descubrir lo que parecía relevante para los primeros escritores de historias; se da el caso de una saga como la historia de Njáll, celebérrima en Islandia, que contrasta en cambio con un Geirmundur Piel Negra que “es una sombra, pues nadie se decidió a escribir su saga. O bien, si esa saga llegó a escribirse, no ha llegado hasta nosotros”. Con todo, el libro irá uniendo piezas de esa vida vikinga, hasta ver que creció entre esclavos y que procedía de la más grande estirpe real de Noruega, hasta que devino el aristócrata más importante de la historia de Islandia, o como se le ha llamado, «el más noble de todos los colonizadores».

Publicado en La Razón, 3-IV-2024

sábado, 27 de abril de 2024

Entrevista capotiana a Pedro Lizcano

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Pedro Lizcano.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Una sala de cine. Subiría a la cabina a ponerme películas en una especie de sesión infinita y me sentaría cada vez en una butaca diferente.

¿Prefiere los animales a la gente? Hay gente que me sobra y animales que me sobran, pero hay gente imprescindible y animales mas nobles que muchas personas. De tener que escoger, tomaría unos pocos de cada.

¿Es usted cruel? No, al revés. La crueldad es la única condición humana que me llevaría a la violencia.

¿Tiene muchos amigos? Si llamamos mucho a lo que excede a lo ordinario, yo diría que sí. La gente está muy sola en este mundo superpoblado. En cambio, si con mucho te refieres a abundantes, yo diría que no.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Espíritu crítico. Facilidad de conversación y que me quieran. He descubierto que la gente aprecia mucho las demostraciones verdaderas de cariño y yo no soy menos.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Todos los años. Ninguno me llama para hacer juntos la declaración de la renta y me vuelve a tocar enfrentarme a mí solo a ese tormento.

¿Es usted una persona sincera? Creo que si. En parte por honestidad, pero sobre todo por pura incapacidad de manejarme con el engaño.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Mi mujer es imprescindible. La naturaleza y la fotografía son mis aficiones y la escritura, la que ocupa la mayor parte de él.

¿Qué le da más miedo? La guerra. O cualquier otra circunstancia que permita aflorar la violencia. Hay personas anfibias, que se mueven con torpeza entre la gente de bien y que están a la espera de que el pantano nos inunde a todos para sacar los colmillos.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? En una mirada global, la desigualdad. Lo que llamamos comúnmente desigualdad, que es la diferencia obscena entre lo excesivo y lo objetivamente escaso. Y no hablo solo de dinero, hablo de educación, de oportunidades o de estado de derecho. Cuando apunto la mirada a nuestro entorno más cercano, lo lejana que está la política de la gente. ¡Cuánto me acuerdo de “Rebelión en la granja”, de Orwell.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Habría ido a trabajar a la oficina cada día con un único plan: ahorrar para algún día poder retirarme y deshacer el error.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Excursiones y deportes de raqueta es lo que más me gusta. Pero últimamente, más que ejercitar mi cuerpo necesito estirarlo. Tengo la sensación de que se va arrugando como una uva pasa.

¿Sabe cocinar? Me adulan algunos platos pero yo creo que es para verme más tiempo en la cocina.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Supongo que a algún tipo original y divertido. Quién mejor que Groucho Marx.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Niñez.

¿Y la más peligrosa? La bandera cuando se ondea como símbolo de exclusión. Se convierte en una muralla frente a la diversidad y la excusa para la violencia.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Sí, estrangularía a los chavales que utilizan “puta” antes de cualquier sustantivo y adjetivo, pero al final me limito a mirarles divertido.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Cualquiera que me ofrezca poner a las personas por encima del sistema. Estoy sentado a la espera de ofertas para votarles.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Me hubiera gustado ser astronauta, pero me considero incapaz. Ni siquiera puedo subirme a una noria. Supongo que como no puedo conocer otros mundos, me los invento.

¿Cuáles son sus vicios principales? Soy un poco exigente.

¿Y sus virtudes? No soy demasiado exigente.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Un flotador. No me cabe otra respuesta.

T. M.